“Callejear es un arte. Es la gastronomía del ojo”. Decía Balzac. Frase grande. ¿Cuántos caminan la ciudad con conciencia de la empresa? Muchos, ni siquiera, llegamos a sospechar la aventura.
(Boulevard, Leonardo Padrón)
Así comenzó mi llegada a Buenos
Aires, 12:00pm caminando por la avenida Independencia de San Telmo con Maya y Pablo,
buscando un sitio para tomarnos algo y de esta manera brindar por mi tan
anhelada visita a la Argentina.
Desde hace muchos años había querido
ir. Quizás desde mi adolescencia, donde acostada en la grama en casa de
Mafer en San Isidro – Valera compartía momentos, seguramente con un whisky
en la mano y escuchábamos a Fito, Spinetta, Charlie, Soda y todos los grandes
del rock. Música que me ha acompañado desde que empecé a elegir mis propios
discos, alternándose con la española.
¿Qué cómo me imaginaba Argentina?
Pues… cercana, divertida, acogedora, llena de gente bella, algo “italianoide”
(como yo), con comidas ricas y por supuesto con tremendos vinos, que desde
Venezuela me acercan siempre a sus profundidades.
Continuamos caminando, y me
sorprendía ver a tanta gente durmiendo en las aceras, indigentes posiblemente
muriendo de hambre y frío, distrayendo su desventura a punta de sueño.
Paredes pintadas con grafitti, edificios
que recuerdan a Europa, ascensores con doble reja. Sin embargo, también vi calles llenas de basura,
baldosas sueltas y caca de perro. Una lástima la verdad, con lo importante que
es caminar con la frente en alto, en esas calles se hace difícil la tarea.
A pesar de estos detalles, fui
absolutamente feliz. La emoción de poder caminar sintiéndome segura a las 2am
con frío, acompañada solo con #mimisma y con la Maya, no tiene precio.
Estuve apenas tres días, caminando y
caminando. Comiéndome la ciudad con los ojos. Disfrutando como espectadora las
caras y gestos, las protestas, las nubes locas del cielo, las vitrinas con
ropas divertidas, restaurantes, enotecas, bares y plazas.
Uno de esos días, sentadas en Aldos,
mirando al espejo, vi que detrás de mi hacia acto de presencia el querido enólogo
Marcelo Pelleritti; casualidad que hizo que mi corazón latiera fuerte y
emocionado. Lo conocía por fotos y referencia, sabía que era un gran ser
humano; lo primero que pensé fue en la buena fortuna que tengo de conocer gente
tan hermosa en esta existencia. Se acerco, nos saludo y bondadosamente nos convidó
a que degustáramos un par de hijos que tiene en Pomerol: Le Gay y Montviel
2010, ambos con aromas amalgamados que parecían perfumes seductores ante mi
nariz. También nos presento a la señora Catherine Péré-Vergé dueña de las
bodegas. Ella me recordó a Macu, una gran amiga de mi familia que murió hace
años, era encantadora, medio hippie, culta, burlona y un poco “bittersweet”.
Continuamos caminando, tomamos el
Subte, autobuses, taxis y remises. Descubrí que en ningún sitio que visite
saben cremar la leche perfecta para el café con leche; en todos lados la queman,
la hierven prácticamente. Entonces, pensé en los baristas de la pastelería St
Honore acá en Caracas y honestamente serian un hit tener un par de ellos en
esas tierras. Comentábamos Maya y yo que es un arte cremar la leche en las
maquinas de café, ambas trabajamos en restaurantes y conocemos bien el punto
exacto, el color, el aroma y sobre todo el sonido que sale de la jarra de metal,
es algo como un torbellino grave y denso. La leche nunca debe hervir, si algún
barista argentino lee este post, que coja dato!.
Seguimos caminando, el cielo siempre
azul con un sol radiante y pensaba en una de mis palabras favoritas: Heliofania
(ausencia de nubes en el cielo). La primera vez que la leí, fue exactamente en
un texto, que describía el por qué Argentina tenia la perfecta insolación,
favoreciendo el desarrollo del color y los aromas del vino, además protege a
las vides de algunas enfermedades. Miraba al cielo con los ojos y con el
corazón al mismo tiempo… Las ciudades deben sentir cuanto las amamos.
Mi cumpleaños número 31 los celebre
desde la noche anterior. Fuimos al Perón Perón del querido Gonzalo, cocinero
por convicción y sazón. Amigos de mis amigos celebraron mi llegada, mi
presencia y desearon genuinamente que fuese feliz. Si todos pudiesen hacerlo,
estamos de acuerdo, que este mundo sería mejor. Me sentí en casa comiendo unas
lentejas calentitas hechas con mucho cariño, escuchando de fondo la voz y la
guitarra del dúo de Blues que se presentaba en vivo esa noche.
El 12 de julio, seguimos caminando,
callejeando. En la noche nos reunimos en casa de Maya para celebrar nuevamente
mi cumple. Los invitados esta vez, también fueron amigos de mis amigos, vecinos
recién conocidos y lo mejor de todo es que me reencontré con mi querida y apasionada Natalia Beneitez. Entre pizzas y pidacas improvisadas, botellas convidadas por los presentes, disfrutamos de una velada (literalmente solo velas
alumbraban), estupenda. Risas, recuerdos, vinos y buenos deseos corrían
libremente por la pequeña sala de Maya y Pablo, bajo la mirada intensa y gatuna
de Cot, dueña real de la casa.
Y así pasaron mis intensos 3 días en Buenos Aires,
caminando, celebrando, conociendo, callejeando, y comiéndome la ciudad entre
amigos, vinos, sorpresas, certezas y mucho amor… Con el corazón en la boca
precediendo mi vuelo a Mendoza.
Acá estoy en Caracas… con ganas de callejearla también.